Muchos
jóvenes de Alpedrete se están marchando. Se han convertido en emigrantes o
sería más preciso afirmar que una pésima legislación del mercado laboral y la
excusa de la crisis les ha mostrado la puerta de salida. Tienen dos
características comunes: alta preparación académica y necesidad de transferir a
la sociedad los conocimientos y habilidades adquiridos.
Uno
de los asistentes a la proyección y posterior debate del documental “El Tren de
la Memoria” preguntó en voz alta ¿os dais cuenta que la mayoría de los padres
que estamos aquí tenemos nuestros hijos trabajando fuera de España? Y así era.
Después de unos minutos de conversación y expresión de experiencias personales,
los padres identificaron Reino Unido, Canadá, Méjico o Suiza como los destinos
de sus hijos emigrantes. Y el drama no es que un hijo se marche por deseo
personal, sino que la precariedad laboral no le deje elección y le eche de
España despreciando los conocimientos adquiridos gracias al esfuerzo de todos.
“El
Tren de la Memoria” es un documental estrenado en 2005 que reflexiona sobre la
emigración española de los años 60. Lo hace narrando en primera persona la
experiencia de Josefina Cembrero, una mujer que en 1961, a los 18 años, se
subió en un tren con destino Núremberg (Alemania) para sobrevivir. Las
directoras del documental, Ana Pérez y Marta Arribas, hicieron ese viaje con
Josefina 40 años después para desvelar la realidad de los emigrantes españoles,
para desenmascarar la propaganda de la dictadura que a través del NODO afirmaba
el gran aprecio del trabajador español en Alemania, cuando en realidad muchos
de ellos fueron alojados en antiguas caballerizas y sufrieron la humillación de
un reconocimiento médico en el que “nos miraban la dentadura como si fuéramos
caballos”.
A
la proyección del documental, organizada por el Círculo Podemos de Alpedrete,
asistieron medio centenar de personas que aplaudieron unánimemente el trabajo
cinematográfico y protagonizaron un debate profundo y plural en experiencias.
Testigos de todo ello tres invitadas de excepción, las directoras de la
película y Alexandra, una mujer de 26 años que valora la posibilidad de
emigrar. Su delito haberse licenciado, ser bilingüe y haber realizado master de
especialización en su profesión. El mercado laboral español, después de años de
esfuerzo, le ha ofrecido trabajos temporales, inestables, mal pagados y en
condiciones laborales de semi explotación que nada tienen que ver con los
conocimientos adquiridos a lo largo de su educación.
El
debate ofreció muchas reflexiones, una de ellas especialmente profunda y
dolorosa. ¿Sirvió de algo el sacrificio de los más de dos millones de españoles
que emigraron en los años 60? El objetivo de ese viaje no solo era la
supervivencia de quien se marchaba, sino que en casi todos los casos se
convirtió en sustento de quienes se quedaron. Sobre ese esfuerzo se construyó
la mejora de vida de muchas familias que 50 años después la han visto truncada
porque ahora sus hijos o nietos, otra vez, tienen que emigrar. Es la expresión
de un fracaso solo atribuible a la pésima gestión pública de derechos
fundamentales como el trabajo. La única diferencia entre ambas emigraciones es
que en 1960 el 80% de las personas que salían de España eran analfabetas y el
éxodo actual corresponde mayoritariamente a jóvenes universitarios con una
preparación altísima. ¿Qué sociedad no aprovecha la educación, los
conocimientos de aquellos ciudadanos en los que tantos recursos se han invertido?
El
Instituto Nacional de Estadística eleva a 547.890 el número de españoles que
han emigrado, según el último dato de 2013. La mitad de ellos con edades
comprendidas entre los 22 y los 45 años. El padrón de residentes españoles en
el extranjero aumentó en 460.000 personas entre 2009 y 2012. El Centro Regional
de Información de las Naciones Unidas para Europa Occidental cifró en 300.000
el número de jóvenes que abandonaron España entre 2008 y 2011. Y el barómetro del Real Instituto
Elcano estima que 1 de cada 2 menores de 45 años ha pensado en marcharse, el
35% de ellos tiene estudios primarios y el 65% universitarios.
¿Estamos
perdiendo el principal valor de un país? Parece que sí.
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