No me gusta la alcaldesa
Reitero.
No me gusta la alcaldesa. Y no es momento ni propósito de debate ideológico o
político, sino de reflexión sobre la dignidad de los ciudadanos más
desfavorecidos, que también son vecinos y merecen al menos la misma
consideración que esos otros que pueden ocupar la mañana del sábado en pasear,
ir a misa o tomar el aperitivo. Los primeros, sin embargo, esperaban bajo la
lluvia recoger una bolsa de alimentos con el ánimo de paliar el hambre.
La
última entrega de la Despensa Solidaria de Alpedrete tuvo lugar la mañana del
sábado 13 de diciembre. Los alimentos almacenados contra el muro de la iglesia,
observados por el edificio del ayuntamiento (sede del gobierno de todos,
aseguran) al que se han cubierto los soportales con mamparas y puertas de
vidrio para impedir que el frío inunde la sede consistorial. Ajenos a ese
cobijo, en la calle, decenas de colores en forma de paraguas y chubasqueros protegían
los cuerpos y las identidades de quienes buscaban alimento.
La
lluvia caía, pertinaz, como un lamento semejante a la lágrima fría que
desciende por el rostro y no cesa de caer. Y unos minutos antes del Ángelus las
puertas del ayuntamiento se abrieron al paso de la alcaldesa, y quizá la lluvia
cesó por un instante, temerosa. Bajó las escaleras, accedió a la plaza y
encontró el propósito de sus pasos en la iglesia, vestida de rojo, flanqueada
por uno de sus concejales, donde se celebraba un concierto de la Orquesta y
Coro de la Escuela de Música.
¿Qué
pensó? ¿Qué sintió al cruzarse con decenas de personas aguardando para llevarse
a casa la solidaridad de sus vecinos en 86 bolsas de plástico blanco? ¿O los
paraguas impidieron la observación concreta y minuciosa, tergiversando lo que
ocurría? No existe contestación externa a estas preguntas, las palabras son
ajenas al dictado del alma, cada uno la suya. ¿Y cómo son las almas? Nadie lo
sabe con certeza, hay quien habla de almas de colores… Desde el blanco níveo
hasta el negro peludo.
Hace
muchos meses la Despensa Solidaria pidió a la alcaldesa de Alpedrete un local.
El más pequeño, desconchado, desvencijado como una estantería a la que le
faltan la mitad de los tornillos era suficiente. Y lo hizo en varias ocasiones,
con el ánimo de restaurarlo si era necesario y la intención de convertirlo en
almacén.
No,
no y no. ¿A qué responde tanta negativa? Que lo conteste el alma, que la razón
no puede. Lo cierto es que más de uno, de los que guardaban cola y de los que
no, debieron pensar “no me gusta la alcaldesa”. Nada personal, pero sí
institucional como máxima responsable de ese local que permanece con la puerta
atrancada. ¡Qué diferente sería disponer de un lugar discreto para que cada
persona pudiera gestionar vergüenza, tristeza y desamparo a cubierto de lluvia y
miradas!
En
el último pleno municipal la alcaldesa afirmó sentirse orgullosa de que el
ayuntamiento de Alpedrete tuviera deuda cero. Las cuentas serán magníficas, el
déficit es otro: permitir que los paraguas preserven la dignidad de quienes se
ven sometidos involuntariamente a una coyuntura de la que nadie está exento: la
necesidad y el hambre. ¿Quién puede asegurar que nunca estará bajo uno de esos
paraguas?
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